Gregoria Segovia llegó de Paraguay hace 35 y se instaló en la Villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. En el barrio viven también sus 6 hijos, 15 nietos y un bisnieto. Cada día se levanta a las 5 de la mañana para cocinar para 300 familias vecinas.

Junto al Padre Lorenzo “Toto” De Vedia, son los responsables del comedor Trencito de Vida, a pocas cuadras de la parroquia Nuestra Señora de Caacupé, uno de los tantos comedores que existen dentro de la villa y que entregan miles de raciones de comida diariamente.

 

¿Cómo se desarrolla la actividad en “Trencito de Vida”?

Nosotros hacemos almuerzo y merienda. Le damos de comer a 300 familias, cada una de las personas trae su tupper y se lleva un plato de comida caliente a su casa.

 

¿Qué hacen de comer?

Por ejemplo carne al horno con papas al natural, guiso de arroz, lentejas… mi especialidad es cocinar con amor para toda la comunidad, lo hago de todo corazón.

 

¿Qué la impulsa a brindar este servicio? 

Nosotros somos una comunidad muy humilde y me gusta ayudar a los hermanos más necesitados. Me duele mucho cuando a una familia del barrio le falta un plato de comida. Siento una alegría enorme de poder sacarle una pequeña sonrisa a la gente.

Su día comienza muy temprano, porque para poder entregar las viandas a las 12 del mediodía, las grandes ollas necesitan varias horas de cocción sobre la cocina y un anafe de dos hornallas. También, de ayudantes que puedan moverlas. “A las 9 de la mañana comenzamos a desinfectar con alcohol los bolsos, protegidas con guantes y barbijos -explica Gregoria-, dos horas después armamos los tupper de las viandas que retiran sin hacer cola para mantener el distanciamiento”. Cada bolso y vianda lleva el nombre y la cantidad de integrantes de la familia.

 

¿Qué tareas diarias realizan?

En este momento paré un ratito para hacer la nota con ustedes. Tengo que hacer 4 ollas de 50 litros, hay que lavar 73 pollos, 12 bolsas de papa. Se prepara todo de un día para el otro y venir al otro día y empezar de nuevo. Aquí se descansa poco. Pero ayudamos de todo corazón al barrio...

Su día termina alrededor de las 7 de la tarde, después de repartir la merienda y de adelantar la preparación de la comida del día siguiente. “Yo hace tantos años que vivo acá, crié a mis hijos y nietos. La realidad es que quisiera hacer más, pero es lo máximo que puedo ahora”. Y con pena, agrega: “Si bien no tengo contacto con la gente porque por mi edad soy persona de riesgo, me voy enterando de los que están infectados en el barrio y rezo a Dios por ellos y también por mí, para que me proteja, porque la verdad es que tengo miedo”.

 

¿Qué representa la cocina en su vida?

(Suspira, piensa antes de responder) Cocinar es mi mayor orgullo. Mi mamá me enseñó a cocinar. Cocinar me genera alegría, felicidad. Los sábados y domingos cuando no cocino estoy triste. Amo trabajar todos los días con mis manos para ayudar al prójimo.

A pesar de las dificultades, de la compleja situación, Gregoria no baja los brazos. Por el contrario, la impulsa a priorizar a los que más necesitan: “Le digo a las chicas que me ayudan que siempre primero es la gente que tiene hambre y después nosotras”. 

 

Gregoria saluda con un beso a la distancia al finalizar el diálogo con el periodista de Canal Orbe 21, dice que la llaman de la cocina de “Trencito de vida“, deja bendiciones para todos y se va a cocinar con mucho amor para los que más lo necesitan.