Me he quedado meditando en estos días sobre la “Misión de los doce” del capítulo 10 del Evangelio de San Mateo.
Con toda meticulosidad, Mateo relata que se les concedió el poder para expulsar demonios y curar toda enfermedad y toda dolencia, y a continuación nombra a los doce, entre los que incluye a Judas, el traidor.
Da las claves de la misión y en el texto queda patente que el mensaje es el mensajero. La proclamación del Reino se hace desde la más profunda confianza en la providencia Divina.
La recompensa inmediata para los que reciban al mensajero será la Paz y el mensajero recibirá como recompensa el sustento que Dios proveerá.
Lo perturbador es que mientras leía cada línea, repetidamente aparecía con fuerza el mandato de nuestro primer Pastor, San Pedro, cuando en su primera carta dice: “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”.
Y yo pensaba ¿es ese todo el testimonio que debemos dar?
Si. Así fue la misión de los doce y así es nuestra misión cotidiana: dejar traslucir nuestra esperanza.
Nuestra esperanza no es en algo, no es en un evento que ocurrirá, no es en una recompensa que nos será otorgada. Nuestra esperanza es en una persona: Cristo. Él es nuestra esperanza.
Él es quien nos resucita cuando estamos muertos. No sólo nos resucitará al final de nuestros días, sino que cotidianamente revitaliza nuestro ser, nos convoca cuando nos alejamos, nos socorre en nuestras angustias y nos va a buscar cuando estamos perdidos.
Él es quien expulsa nuestros demonios. Nos fortalece en la tentación. Calma nuestras tempestades. Despeja nuestras dudas. Serena nuestra ira. Pacifica nuestro espíritu. Él sabe que somos Caín, que no estamos lejos de ajusticiar a nuestros hermanos con la maledicencia, la indiferencia, el desprecio y la violencia.
Él cura nuestras enfermedades. Nuestros miedos, nuestras flaquezas, nuestra avaricia, nuestro egoísmo, nuestro egocentrismo narcisista, nuestra hipocresía.
Él nos limpia de nuestra lepra. Nos va a buscar cuando no le importamos a nadie. Nos toca cuando todos temen contaminarse. Nos limpia cuando para todos somos irrecuperables. Nos vuelve a traer a la comunidad cuando estábamos en los márgenes y nos devuelve la dignidad y la libertad de hijos cuando éramos esclavos.
Es a partir de esas experiencias que se construyen las razones de nuestra esperanza.
Todos hemos experimentado el rescate, todos hemos sido alguna vez rescatados.
Cuando estaba pensando en eso surgió la figura de Judas.
¿Por qué Mateo lo incluye?
La primer respuesta es: porque es fiel a la verdad.
Pero me parece que hay algo más profundo, me parece que la inclusión de Judas es un mensaje para nosotros, para que no nos creamos más que nadie.
Judas recibió también ese poder, recibió la palabra de la boca del mismo Cristo, participó de la experiencia de los demás apóstoles, curó, resucitó muertos, expulsó demonios, y sin embargo a pesar de haber sido testigo de prodigios que él mismo realizó, lo traicionó.
¿Por qué está Judas?
Porque esa esperanza puede perderse cuando olvidamos que todo cuanto somos, poseemos o creemos son dones que nos han sido dados para servir a los hermanos.
La paz y la alegría aparecen en la entrega, en el servicio, en el encuentro.
Ser esperanza es testimoniar que Él obra maravillas.
Nada necesitamos si estamos con Él: ni oro, ni plata, ni calderilla porque nada puede comprar lo que se nos da gratuitamente.
Tampoco necesitamos alforja, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque ninguna previsión puede superar la providencia divina.
Nuestra seguridad está en ponernos en sus manos.
Él sabe dónde debemos echar las redes, Él sabe cómo multiplicar los panes y los peces, Él sabe que no sólo de pan vive el hombre, Él sabe que nuestros vestidos no pueden competir con los lirios del campo, Él sabe que no es el tamaño de nuestros graneros lo que puede agregar un minuto a nuestras vidas.
Nosotros sabemos que Él lo sabe y que cumple sus promesas aún a costa de su propia vida. Que su entrega es absoluta.
Por Él esperamos, a Él esperamos, en Él esperamos.
Esa es nuestra Esperanza.
Un abrazo a la majada.
Ernesto
Foto de Rodolfo Clix en Pexels
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