Llegamos a la parte final de esta reflexión que nos llevó recorrerla cuatro capítulos donde analizamos nuestra Fe:

1. desde el Dios indómito

2. desde una Fe calma, madura y profunda para la vida cotidiana

3. desde una Fe libre que se deja guiar por el Espíritu

y en este último capítulo:  

 

4. Una Fe centrada en La palabra. Una Fe que escucha y habla.

 

Nosotros creemos en una Promesa que es Palabra y se entrega como Palabra. 

Es una palabra:

Que crea: la creación toda es palabra de Dios. Toda ella nos revela a su creador, nos lo revela en lo recóndito de la intimidad del átomo y en la extensión infinita del universo.  

Que da vida: la vida va en contra de la tendencia universal a la homogeneidad. Va en contra de la segunda ley de la termodinámica. Es antientrópica. La vida extremadamente frágil, bella y única es un regalo inmenso de Dios. Cada vida es única y especial. Dios asi lo quizo.

Que alimenta: la ausencia de palabra desnutre. El niño al que no se le habla no se desarrolla como el niño al cual se le habla. Cuando aún no había nadie Dios le habló al primer Adan. En la palabra Dios los hombres resumimos esa experiencia de amor que nos acompaña en cada instante. Puede que nos limiten, torturen o silencien, pero siempre habrá alguien con quien hablar, alguien a quien llamar Abba, en la intimidad inviolable de nuestra mismidad, allí cuando todo nos falta: El sacia nuestro hambre y cuando todo nos sobra, si falte Él, estamos famélicos. 

Que calma la sed: cuando las desventuras de la vida nos enfrentan al desierto de nuestra existencia, cuando nada parece tener sentido, cuando todo parece conspirar en contra nuestra, cuando se caen las máscaras y vemos que los cerdos se alimentan con las bellotas que nos son negadas, cuando recordamos que en la casa de nuestro padre éramos amados y cuidados, cuando en medio de ese desierto clamamos de sed, allí aparece el agua de la palabra, el manantial de agua fresca que nos recuerda que no todo está perdido, que nuestro padre nos ama por encima de todo lo demás, que es tan grande su amor que ningún pecado queda sin perdón y ningún pecador sin una oportunidad de cambiar.

Que aproxima: la palabra no fue dicha a una sola persona para que la guarde como un conocimiento secreto y conjurante, no fue dicha para que una persona se apoderara de ella como posesión y la guardara celosamente, no fue entregada para enseñorear a nadie con ningún poder, fue dada para hacernos hermanos. 

Que es presencia: siempre a nuestro alcance, siempre a nuestro lado, en cada momento de nuestra vida, siempre oportuna, en el dolor y en la dicha, en la fortuna y en el infortunio, en la soledad, en la cárcel, en el sufrimiento, aún en el pecado viene a nuestro encuentro, nunca nadie ha sido rechazado cuando busca el encuentro con la Palabra.

Que sorprende: es tan viva y misteriosa, que cada encuentro es diferente de lo esperado, que cada día nos dice algo nuevo y no por saberla de memoria dejamos de verla cada día con ojos nuevos, porque ella no cambia pero nosotros sí, y como en un diamante de mil facetas ella resuena de un modo diferente en cada momento de nuestra vida, llamándonos a la libertad y a la entrega, a salir de la esclavitud de las formas, de los prejuicios, de las categorías, de los adjetivos, de las clasificaciones, de la comodidad, de la seguridad, de la certeza, de la ritualidad, para ir al encuentro de la vitalidad.

Que conduce y enseña: es una palabra que convoca, que llama, que demuestra, que guía, no al modo en que lo hacen los maestros sino con autoridad, es Aquel que explica que en nuestro corazón es dónde se debe adorar a Dios, que en nuestro corazón es dónde debe pacer el cordero con león, que es allí dónde el ciego debe ver y el sordo oír, que es allí dónde el paralítico debe caminar, que es en nuestro corazón dónde se libra la batalla entre el bien y el mal, que es de allí de dónde nace nuestro pecado y es allí dónde renace la gracia. Es allí dónde todo un Dios quiere habitar.

Que conforta: cuando estamos afligidos la palabra se hace consuelo, se hace caricia, en medio de nuestra aflicción es dónde la palabra calma las aguas y brinda la paz. Allí se comprende la palabra viva que es la Iglesia, sólo así se demuestra que creemos lo que decimos creer: en las obras que hacemos. Cuando somos la bienaventuranza para el otro.

Que perdona: frente a la ley, la libertad; frente al pecado, el perdón. 

Me gusta reflexionar sobre la actitud del Maestro cuando le llevan a la mujer sorprendida en flagrante adulterio para aplicar sin contemplaciones lo que manda la Ley de Moisés. 

Él ha observado todo el desarrollo, desde el descubrimiento, la liberación del cómplice, la aprehensión de la pecadora y la tentación de ponerle a prueba. 

Dos corren riesgo: la pecadora y el inmaculado, la una porque fue sorprendida y el otro porque quieren sorprenderlo, al fin tienen una causa imbatible, al fin lo colocarán frente a un hecho indubitable, si es de los nuestros, si conoce la ley, entonces está obligado a aplicarla. 

Y se desarrolla la escena 

¿Desconocerá la Ley? No 

¿Dirá que están equivocados? No 

¿Considerará que apedrearla es un castigo injusto? No. 

Él elige otro camino, pone a los jueces, jurados y verdugos ante una disyuntiva: que aplique la ley el que está libre de pecado. 

Los obliga a mirar en su interior 

¿son dignos de aplicar ese castigo? 

Él empieza a escribir y los hombres abren su corazón, relajan sus manos y las piedras empiezan a caer, de una en una, de viejo a joven empiezan a retirarse. 

Me gusta porque en ese Evangelio los primeros que son salvados son los aspirantes a verdugos. Los primeros que son humanizados son los que quieren asesinar en nombre de Dios. 

Y cuando quedan solos, Él y la mujer: frente a frente, el perdón surge como una oportunidad para cambiar. Sólos no podemos hacerlo.

 

Que consuela: el dolor, la pérdida, la soledad, la tristeza, los días oscuros de nuestra alma están a la vuelta de la esquina en cualquier vida. 

Nuestra vida es muy frágil y los avatares del destino la zarandean sin contemplación, la enfermedad, la debilidad, la locura y la muerte, acechan nuestra vida en la plenitud del goce. 

Una ficha mal jugada en el número de la vida y la banca se lleva todo: dinero, honra, trabajos, familia y amigos. 

Sin embargo en lo profundo del pozo, en la oscuridad del calabozo, en el abismo de la depresión, en la incoherencia del delirio, allí nos encuentra La Palabra, la que toca el corazón, la que da paz a nuestro ser. 

 

Que ora: es La Palabra que resuena en nuestro corazón y nos hace llamarlo Abba, es decir Padre, a nuestro Dios. Esa revelación del Hijo, es la que nos enseña a orar. 

“Ha salido del Padre antes de todos los tiempos y vuelve al Padre desde cada uno de los hijos en el Hijo, no al modo del eco que resuena sin sentido, sino al de la lluvia y la mar, que antes de ser agua ha sido agua, pero en el camino se ha hecho, nube y brisa, hielo, río y trigo, bestia y pan, cascada y delta, caparazón, escama, sustento y vida. 

La esencia y las infinitas formas en que se conjuga, todas expresan la oración triunfal del amor que se da sin reparos, fructifica sin límites y regresa multiplicado alabando al Señor de mil maneras distintas.” 

Que salva: nos convocó de la nada a la materia, de la materia a la vida, de la vida a la inteligencia, de la inteligencia al amor.

A cada hombre, a cada uno, desde el principio. 

Escribió en nuestros genes el génesis, 

en nuestros pies el éxodo, 

puso en nuestros labios los salmos 

y en cada corazón el Evangelio.  

Él nos ama y nos salva de la desolación no transformando el mundo sino nuestro ser; no cambiando nuestra fortuna sino dándonos un regalo incomparablemente mayor: La Iglesia,

da hermanos al que está solo, 

hijos al infértil 

y sustento al incapaz. 

Allí es dónde nos hace comunidad: en el cuidado de la viuda y el huérfano, el encarcelado y el enfermo, el hambriento y el sediento, el que está sólo y desnudo. 

Si tan sólo tuviéramos Fe del tamaño de un grano de mostaza hasta las higueras nos obedecerían. 

Si tuviéramos Fe comprenderíamos que el designio de la Palabra es salvarnos eclesialmente: cada uno como miembro viviente de un pueblo que abarca a todos los hombres sin distinción. 

Los mártires dan Fe de eso en lo que creemos.

 

Por eso Señor te pedimos: aumenta nuestra Fe.

 

Un abrazo a la majada

Ernesto

 

 

Foto de Arina Krasnikova en Pexels