¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué fracasamos? ¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué hacemos lo que no queremos y dejamos de hacer lo que sabemos que es bueno?
Diego Gracia Guillén escribe en uno de sus textos la frase que da título a esta reflexión: “los hábitos son más fuertes que el proyecto”, y él que fue psiquiatra, sabe de lo que está hablando.
Los hábitos se arraigan a nuestra vida como surco del arado a la tierra, empiezan siendo superficiales, casi un rasguño indetectable y terminan siendo una hendidura tan profunda que se transforman en guías que conducen el arado.
Toda ocasión que nos permita observar los hábitos que tenemos en nuestra vida es una oportunidad liberadora. Es un momento para volver a profundizar el proyecto de nuestra vida y a cambiar los hábitos que se oponen a él.
El proyecto más importante para las personas de Fe es nuestro llamado a la santidad. Es decir a redescubrir el sentido de nuestra existencia en ser lo que Dios quiere que seamos. Yo estoy convencido que cada persona es una figura y un rasgo. Una figura porque es imagen y semejanza de Dios, eso es universal, esencial, dado, don y es fundamento de nuestra dignidad, somos el sentido de lo creado, seis días completos de la creación fueron necesarios para que aparezca el hombre; pero también somos un trazo, un rasgo, un detalle, una voz en el coro, algo completamente original, único e irrepetible, y eso tiene que ver con nuestra vocación, con el aquí y el ahora, con lo que puede no existir si no lo llevamos a cabo, con nuestra libertad, vivimos en ese séptimo día en que Él descansa y nosotros labramos el Jardín.
Ahí es donde su proyecto se hace nuestro proyecto, en eso consiste el progreso moral, y es bueno revisar nuestros hábitos frente a nuestro proyecto.
Yo creo que el hábito esencialmente contrario al proyecto de Dios es la avaricia.
Esa es la revelación del domingo XVIII del tiempo ordinario.
La avaricia conjuga todos los tiempos verbales en primera persona del singular, fundamentalmente en sus variantes posesivas: yo, me, mi, mío.
La avaricia de los fines es egocéntrica y la avaricia de los medios es egoísta.
La avaricia reconoce los valores, se los apropia y los desnaturaliza expropiándolos.
Me explico: todos nuestros actos humanos persiguen la realización de valores, en eso consiste la ética. El sentido de la labranza, del trabajo del hombre, es acrecentar el valor, y eso es obrar con generosidad, la avaricia en lugar de acrecentar el valor, se los apropia y deja de compartirlos.
¿Por qué somos avaros? ¿Cuál es la razón de que ese hábito esté tan arraigado? El miedo y la vanidad.
El miedo conduce al consumismo paralizante y la vanidad al consumismo exhibicionista.
El consumismo paralizante consiste en acopiar bienes y sobre todo dinero para más adelante.
No es como el aceite de las vírgenes prudentes o como la estrategia de quien manda un parlamento ante las huestes del invasor, porque sabe que va a ser derrotado, eso ingresa dentro del pan nuestro de cada día.
No cuidar lo mínimo indispensable para realizar nuestro servicio es, a todas luces, desaconsejable; pero cargar tus alforjas con cosas innecesarias es agregarle peso en la vida, quitarte libertad, agobiarte en el cuidado de los medios, olvidando los fines.
La vida no está para acumular sino para compartir; no está para producir sino para servir.
El acopiador confunde valor con precio y cree que todo se puede comprar, por eso teme a la pobreza, olvidando que los bienes verdaderos, los valores esenciales no se compran ni se venden, de allí la libertad de la pobreza ¿Por qué es bienaventurada? Porque para el pobre todo es don: la vida, el tiempo, las relaciones, la creación, la belleza, la armonía, el conocimiento. Nada le pertenece y todo está para su disfrute. El maná que has guardado sin compartir se ha podrido.
El exhibicionista confunde precio con valor y cree que todo lo caro es valioso, olvidando que los bienes verdaderos ni se compran ni se venden, muchas veces los artilugios que exhibimos son la evidencia de lo que adolecemos, como dice el refrán. Las cirugías plásticas hacen evidente que el tiempo ha pasado; las joyas que brillan muestran la pobreza del lenguaje y las ideas; las fiestas estruendosas y rimbombantes tienen como contracara una intimidad aburrida y chata. Cuando tienes que ponerle demasiado condimento, el alimento es salvaje o está podrido.
Por eso cuando dispones de un tiempo para revisar cómo marcha tu vida, el proyecto más importante que Dios ha puesto en tus manos, es bueno que revises tu avaricia ¿Qué cosas estas acopiando que empiezan a descomponerse? Ahí vale la pena dejar entrar la luz, el aire, el sol y vaciar los rincones del alma. ¿Qué cosas estás exhibiendo, como un mono vestido de seda? Ahí vale la pena que entre la mesura y la sobriedad, es más digno y da más felicidad ser lo que somos que mostrar lo que no somos.
Cuando Dios te concede una buena cosecha, y a todos se nos ha dado alguna vez, antes de construir graneros más grandes en los que acumular una falsa seguridad, es bueno distribuirlo para que nuestros hermanos tengan menos hambre, frío o necesidad.
Podemos dejar el jardín un poco mejor o un poco peor de lo que lo recibimos, eso, en parte, depende de nosotros, lo que es seguro es que algún día a todos nos toca dejar el jardín.
Un abrazo a la majada
Ernesto
Foto de Ron Lach
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