Se aproxima la Navidad y esto genera un cambio anímico social, aún para los no creyentes, es un tiempo de alegría, reencuentro y sosiego. 

En medio de campos de batallas sangrientos y malolientes, la Navidad ha establecido muchas veces una tregua, aunque dure apenas unas horas.

El nacimiento del Niño, es la primera Buena Noticia de una vida que será Evangelio de mil maneras diferentes.

 

¿Qué nos dice veintiún siglos después a los cristianos la encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios?

 

Ese es el objeto de esta reflexión.

Nuestro Pastor en Laudato si, dice de un modo muy simple una verdad esencial en el número 2: “Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (Gen 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

Es decir que Dios al encarnarse y nacer, se apropia de su creación, hace propia toda condición humana: física, biológica, histórica, biográfica y trascendente. 

Por eso para nosotros toda la realidad nos habla de Dios. 

Toda la realidad está impregnada de su presencia. 

Es un Don la creación que nos ha sido dada y es un don poder comprenderla y continuar su obra creadora. 

Es un Don la vida que nos ha sido dada y es un don poder vivificarnos con su presencia. 

Es un Don el momento presente en que hemos sido convocados a vivir y es un don poder continuar con su obra redentora. 

Es un Don la vida que nos ha sido otorgada a cada uno, con nuestros padres, amigos, familiares, fortunas e infortunios y es un don poder entregarla al servicio a los demás. 

Es un Don poder orar, creer y tener esperanza en un mundo ulterior y es un don poder decir sí hasta el final.

Eso nos dice el Niño que nace. 

 

Esta es la primera lección de Navidad. 

¡Vive plenamente los dones que te han sido dado!

 

Nada ha sido ni será fácil en su vida. 

Su concepción dependió del Si, de una virgen. Su seguridad dependió del sueño de un Padre. Su sobrevida dependió de la información de unos Magos. Su vida transcurrió en una comarca periférica de un imperio, en una modesta carpintería. Su vida pública se origina en una boda por falta de vino. Sus palabras encendieron el corazón de los pobres y humildes, mientras escandalizó a los sabios y poderosos. Su muerte desmoralizó a casi todos los que le seguían y su resurrección cambió la faz de la tierra y el destino del hombre.

Todo eso lo sabe Él y también su madre, quien guarda y medita todo en su corazón.

 

Esta es la segunda lección de Navidad

¡La vida merece ser vivida, no porque sea fácil, sino porque la entrega la hace plena!

 

En medio de las dificultades siempre hay momentos de alegría.

María ha dado su Fiat y el Niño empieza a crecer en su vientre. José ha creído en el misterio y ha optado por cuidar a su mujer y al Hijo que lleva en su seno. Ambos se han sometido al decreto del emperador y emprendieron su viaje a empadronarse. 

El vientre pesa.

El camino es difícil.

La experiencia es dolorosa.

Y ahora, justo ahora, empiezan los dolores de parto.

Para colmo, ni hay lugar. 

El, se ha encarnado para aproximarse al hombre y ahora que la hora está próxima, nadie le da cobijo.

Uno se apiada…y le manda al pesebre.

Lo adecentan como pueden. 

La joven madre sufre. 

El padre observa, ayuda, espera y seguramente, a veces, desespera.

Y de pronto, nace el Niño.

Y todo cambia. 

El cansancio desaparece. 

La pobreza desaparece. 

La enfermedad desaparece. 

El dolor desaparece. 

La soledad desaparece. 

Es una tregua, una pequeña tregua en medio de las fatigas y las angustias. ¡Pero qué tregua, el llanto de un recién nacido nos trae la Buena Nueva!. 

 

Dios se ha hecho hombre y habitó entre nosotros.

¡Esa es la tercera lección, que nunca debemos olvidar!

 

Un abrazo a la majada.

Ernesto

 

 

Foto de Susanne Jutzeler