Me gustan los fractales. Esas formas geométricas de la naturaleza, simétricas y divergentes, que dan lugar a figuras hermosas: los cristales de hielo, las hojas del helecho, las raíces de los árboles. La magnificencia de la forma final está sintetizada en la forma más pequeña. Es la misma fórmula la que expresa lo mínimo y lo máximo.

Me gustan los fractales morales porque creo fervientemente en que lo que expresamos en lo mínimo, lo expresamos también en lo máximo. “Ama y haz lo que quieras” decía San Agustín. Porque fuiste fiel en lo pequeño también lo serás en lo grande, decía el rey de la parábola de los talentos. La limosna más grande la puso la viuda que lo entregó todo, ejemplificaba el Señor. Pero quizá donde más se ejemplifica esta fractalidad sea en la misión que le encomienda a Simón en forma consecutiva las tres preguntas sobre si lo amaba.

Esa misión encomendada a la piedra sobre la que se edificó la Iglesia se aplica a todos los que tenemos alguna responsabilidad, aunque sólo sea doméstica.

Esa misión se sintetiza en dos palabras: “pastorea” y “apacigua”. 

Es interesante porque estas dos actividades están relacionadas con dos aspectos esenciales de la vida en comunidad.

“Pastorear” es cobijar, alimentar, guiar, proteger, preparar, conocer, convocar. Está relacionada con la responsabilidad cuando tomamos elecciones. El pastor que se ocupa de las ovejas piensa siempre en qué es lo mejor para ellas antes de que es lo mejor para él. Se despierta antes que ellas. Se levanta antes que ellas y se duerme después que ellas están seguras. 

Esa cadena empieza en el niño en gestación y termina en el buen Dios. Ese es el fractal del pastoreo: la madre que cuida al niño en su vientre y el Padre que cuida la humanidad entera. 

Nos ha sido entregada toda la creación para nuestra labor, sustento y gozo. Podemos ser cocreadores o destructores. La encíclica Laudato Si es una maravilla en la forma en que expresa nuestro rol como pastores y custodios de lo creado. Nada nos pertenece, todo nos ha sido dado.

“Apaciguar” para mí tiene dos vertientes: una es calmar las animosidades, disminuir las tensiones, eliminar las discordias, pero eso es sólo la vertiente menor, la mayor es generar la concordia, aunar las voluntades, producir el orden, descubrir el misterio.

La vertiente menor es la coexistencia pacífica, el problema es que puede terminar en la indiferencia o la tolerancia distante. Es la paz de las islas.

La vertiente mayor es la convivencia pacífica: es el amor más allá de las diferencias, la aceptación del otro como es, la búsqueda del mayor bien y libertad del otro, es constructiva, proactiva, católica en la más exacta de sus acepciones, nadie en el universo queda fuera.

Es muy interesante que nuestro Señor valore dos veces más apaciguar que pastorear, quizás porque es una tarea más difícil. 

Estamos viviendo unas Pascuas acuarentenados, nuestra libertad de movimiento está limitada, nuestro espacio vital muchas veces está reducido a la intimidad, por eso es importante pensar en la fractilidad: una vida puede reducirse a un día, un día puede reducirse a un minuto, un minuto puede reducirse a una respiración. Es la fórmula de esa respiración la que dará lugar a la figura del día y de la vida. 

Aquí y ahora: apacigua y pastorea, para que entonces siempre y en todas partes el Reino de la Paz tenga lugar.

Un gran abrazo  a la majada.

 

Ernesto