Idolatria y esclavitud en el siglo XXI

 

Han pasado nueve años desde que nuestro Pastor escribía esto en el número 55 de la Evangelii gaudium. Hoy sigue teniendo la misma actualidad y la misma contundencia para indicarnos uno de nuestros errores más graves.

Dos figuras clarísimas: fetichismo y dictadura. El fetiche es una figura a la que atribuimos poderes sobrenaturales. Somos nosotros los que damos poder al dinero. 

Nuestro pastor correlaciona ese fetichismo a la idolatría, sobre todo a la idolatría del becerro de oro, que adoraron nuestros padres en el desierto mientras Moisés recibía las tablas de la ley.

Yo creo que la visión de nuestro Pastor es de una claridad meridiana, el origen del poder del dinero en nuestra sociedad es idólatra, y esto lo correlaciona directamente con nuestro Señor cuando dice: ¨No se puede servir a dos señores a la vez”. No se puede servir a Dios y al dinero.

 

La pregunta es ¿Por qué no se puede servir a estos dos señores a la vez? 

Porque mientras Dios te libera, el dinero te esclaviza.

Dios permite al hombre una relación adulta con Él. 

Esa relación adulta es liberadora. 

Por eso hay también una revelación personal de Dios a cada hombre y en eso se centra la oración. La oración nos permite escucharle e ir conociéndole cada día un poquito más. A medida que vamos adentrándonos y cobijándonos en el amor misericordioso de Dios, vamos descubriendo la verdad que San Pablo nos dice en la carta a los Gálatas: “para ser libres, nos liberó Cristo”.

Libres para vivir plenamente. 

Libres para amar sin ataduras. 

Libres para conocer en profundidad. 

Libres para entregarnos en totalidad. 

Libres para seguirle. 

Libres para servir a nuestros hermanos. 

 

Da vértigo la libertad, a menos que estemos unidos a Él. 

El Señor es el ancla que nos mantiene firmes en las tempestades y es también las alas que nos permiten remontarnos con buen clima. 

Es la luz que alumbra los rincones oscuros de nuestra vida y es también la sombra que nos da cobijo y solaz en el estío de la vida cotidiana. 

 

Es el desierto que nos permite descubrir lo esencial 

y es también la lluvia suave que hace florecer nuestros talentos. 

 

Es el que esconde el tesoro en el campo, 

el que nos ofrece la perla más hermosa, 

el que nos ayuda a cargar la cruz 

y es quien nos recibe en nuestra última morada.

 

Con Él nada es imposible y sin Él nada es importante.

Esa libertad de nuestra relación con Dios se expresa en la cotidianeidad más común de nuestra existencia y también en la firmeza de nuestros mártires. 

No hay régimen en la historia de nuestra era que no se haya enfrentado a la libertad de nuestros santos, que han preferido morir a abjurar. 

No hay siglos en los que se hayan matado tantos cristianos como el XX y el XXI. No hay testimonio más firme que dar la vida por sus amigos y nuestros amigos la han dado. 

Hasta ese punto es libre la persona libre.

 

¿Y la relación con el dinero? 

Nunca es adulta si lo tomas como tu señor. 

Siempre esclaviza en una eterna niñez. 

 

Nadie sabe definir a ciencia cierta lo que es el dinero, no tiene un valor intrínseco, somos nosotros los que le otorgamos ese valor, 

es nuestra codicia lo que lo hace valioso, 

es nuestra avaricia lo que lo hace atractivo, 

es nuestra envidia lo que lo hace poderoso, 

es nuestra debilidad lo que lo hace fuerte, 

es nuestra incredulidad lo que lo endiosa.

 

No alimenta, ni cobija, ni enseña, ni consuela, es nuestra dependencia de él lo que nos lleva a dar alimento, protección, conocimiento o compañía a cambio de dinero. 

El dinero compra lo único que tenemos: nuestro tiempo. 

Pagamos el tiempo del que siembra, cosecha y distribuye, cuando compramos alimento. 

Pagamos el tiempo del que estudia y enseña, cuando pagamos a nuestros maestros. 

Pagamos el tiempo de escucha y cura, cuando pagamos a nuestros médicos o enfermeras. 

Pagamos el tiempo del que diseña y construye cuando compramos un objeto o una casa. 

Pagamos el tiempo de otro pero no podemos comprar tiempo para nosotros, por eso cuando no nos queda más tiempo a nadie importa cuánto dinero tiene ahorrado.

El dinero es el fetiche con el que nos hacemos ilusión de poder comprar tiempo: juventud, salud, posibilidades, pero son simples ilusiones. 

Por eso cuando entregamos con generosidad nuestro tiempo el dinero pierde valor, es más puede desvirtuar la entrega.

No puedes comprar el amor, la amistad, la sabiduría, la valentía, la serenidad, la felicidad, la honra, la justicia y la vida. Todo eso se obtiene como regalo gratuito que se encuentra en la entrega y el servicio.

Y allí el fetiche vuelve a ser un simple trozo de papel pintado.

La segunda figura es la de la dictadura de la economía. 

El hombre esclavo del dinero.

Se ha pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado y a una cultura mercantilista.

Estos tres aspectos de la dictadura de la economía requieren ser analizados por separado. 

La economía es la ciencia y arte de administración de la casa. 

La primera crítica es si la economía de mercado es la mejor manera de administrar los bienes, es decir el tiempo de los habitantes. Si haces la equivalencia del tiempo con el dinero, verás el precio de un bien como el tiempo necesario para adquirirlo. Ahí comprenderás que una de las más grandes injusticias es que cada uno debe invertir distintos tiempos para obtener una cantidad similar de dinero. Por eso hay otras maneras de ver la economía, una de ellas es la economía civil, cuyo exponente más encumbrado es Stefano Zamagni, que promueve estrategias para permitir el desarrollo humano de una manera más integral y equitativa que la de la economía de mercado. 

La segunda crítica es aún más profunda, la dictadura de la economía se establece cuando se instala la sociedad de mercado. Allí sólo consideramos las pérdidas y ganancias económicas como el criterio rector para valorar los bienes humanos. 

 

¿Por qué se establece una dictadura? 

Es una sociedad que a todo le pone precio. Todo puede comprarse y venderse. Se equipara entonces valor con precio, de tal manera que termina siendo más valioso lo más caro e inalcanzable.

Esto empieza lenta y progresivamente con las cosas suntuarias e innecesarias y pasa luego a los bienes esenciales. 

Es lo que vemos hoy en medicina. Hay una sola regla inexorable, lo nuevo es siempre más caro. 

Esto es así, aunque sea más fácil y menos costoso producirlo, aunque el volumen de ventas aumente, aunque el número de pacientes que lo necesiten sea mayor: el precio indefectiblemente será mayor. 

Esa dictadura de la economía, es en el fondo la dictadura de la codicia y termina haciendo inalcanzables bienes necesarios como los medicamentos, el agua o el alimento. 

Ya no es el dilema de la bolsa o la vida sino la extorsión de la bolsa y la vida.

Al problema de equiparar precio con valor, le sigue el hiato entre el costo y la ganancia, que debe ser cada vez mayor, por lo tanto, las estrategias de producción son cada vez más destructivas, en nombre de la eficiencia se arrasa con recursos no renovables. 

En este tópico se suma también la hipocresía: lo que no puedo hacer a la luz del día, lo hago a oscuras; lo que no puedo hacer en mi casa, lo hago en la del vecino; lo que no puedo hacer en una democracia fuerte, lo hago en un régimen dictatorial títere. 

Esto hace invivible ciertas regiones de nuestro planeta y origina las migraciones humanas en la búsqueda de un futuro mejor. 

En lugar de exportar el futuro los poderosos exportan el pasado: lo que hicieron en sus países y ya no pueden hacerlo más, lo llevan a los países más pobres. 

El argumento de fondo es terrorífico, hay ciertas regiones de nuestro planeta que están tan subdesarrolladas, que la Europa del siglo XVIII parece avanzada: un molino de viento es futuro, un canal de riego es futuro, una escuela es futuro. 

Esa es la dictadura de la economía en la sociedad de mercado, iremos permitiendo que las otras sociedades sean paulatinamente más desarrolladas, pero siempre detrás nuestro.

Finalmente se llega a la última crítica de la dictadura de la economía: la cultura del mercado.  Cuando se llega a este punto se ha pasado insensiblemente de un modo de administrar cosas, a una manera de organizar la sociedad y por último a una manera de ser y conocer: la cultura mercantilista.

Sólo vale la pena ser productor o consumidor y sólo vale la pena conocer lo que tiene utilidad.

 

¿Por qué es dictatorial? 

Porque todo termina reduciéndose a un precio y nada es más tiránico que un precio: tienes para pagarlo o no lo tienes y establece un único modo de relacionarse entre las personas: la utilidad. Para finalmente llegar a un único modo de considerar al otro: tanto tienes, tanto vales. Esto hace que el único sentido de la existencia humana sea poseer.

Esto, claro está, presenta numerosos dilemas.

¿Sólo producir o consumir le dan sentido a la existencia humana? 

¿La vida por nacer aún no es valiosa porque no produce? 

¿Al final de la vida dejamos de ser valiosos porque ya no producimos? 

La sabiduría, la belleza, el bien, el servicio, lo inútil, el ocio, la gratuidad ¿no tienen valor?

La cosificación de la persona humana, la explotación del otro, la marginación de los inválidos o incapaces, la política Darwiniana en dónde sólo sobreviven los más hábiles o capaces ¿no es tirana?

Acosar a nuestros semejantes para hacerlos adictos al consumo se considera el desiderátum de la libertad: sexo, comidas, bebidas, modas, drogas, distracciones y divertimentos, todo masivamente disponible con propagandas diseñadas para captar tu atención y disponer de tu tiempo. 

Las consecuencias de esa cultura son el infantilismo del que espera que los otros les resuelvan sus problemas, las adicciones centradas en la satisfacción inmediata, el egoísmo centrado en derechos sin deberes y finalmente la soledad de personas interconectadas pero incomunicadas.

Es decir, esclavos. 

¿Cómo se sale de esto? Volviendo a centrar nuestra vida en Dios, teniendo con Él una relación adulta, que nos lleve a recuperar nuestra dignidad y nuestra libertad. 

La elección, como siempre, es de cada uno.

 

Un abrazo a la majada

Ernesto

 

Foto de Angela Roma