Para los que nos decimos Cristianos la ética de la fraternidad es consecuencia directa de la ética de la filiación. 

El deber de amar a los hermanos es consecuencia directa del amor a Dios como Padre y por tanto del deber de amar lo que Dios ama. 

Es decir a sus hijos. 

A todos sus hijos. 

Por eso el primer mandamiento y el segundo mandamiento se conjugan simultáneamente y con la misma jerarquía. 

Esta injusticia amorosa de Dios que nos ama primero y a pesar de nuestras falencias debe generar en nosotros un amor especular, que refleja ese amor y que se entrega con la misma generosidad. 

Por eso hay dos movimientos que buscan una ética universal, aquella que trata de elevarse desde el humus a los derechos humanos, salir de la ley de la selva y establece un mínimo que no debe ser avasallado y aquella que desciende desde lo alto y trata de amar de un modo semejante al que somos amados, perdonar de un modo semejante al que somos perdonados y cuidar de un modo semejante al que somos cuidados. 

Desde esta perspectiva la ética de la fraternidad universal procura como meta del derecho la promoción de la persona humana, al máximo de sus posibilidades como parte del bien común. 

Que una persona no se vea impedida de procurarse pan, techo y trabajo es bueno pero que una persona sea educada y auxiliada para procurarse el pan, habitar bajo un techo seguro y desarrollar sus talentos es mejor.

Esta ética trata de encarnar la revelación de amor de Dios. Amor de la primer persona de la Trinidad (Dios padre) que lleva a afiliar a la criatura; amor de la segunda persona de la trinidad (Dios Hijo) que la lleva a redimir al género humano y se plenifica en el amor de  la tercer persona de la trinidad (Dios Espíritu Santo) que hace morada en el corazón del hombre. 

Por eso miente quien dice que ama a Dios si no ama lo que Dios ama.

Así el amor fraternal se transforma en evidencia del amor a Dios.

El hermano es el pariente con el que compartes más tiempo y experiencias en tu vida. 

Ni con tus hijos, ni con tus padres compartirás tanto tiempo. Sin embargo el hermano está en extensión en las sociedades más desarrolladas económicamente. 

Si por un instante pensamos en las diferencias existenciales más importantes de los niños ricos y los niños pobres, probablemente una de ellas sea la ausencia de fraternidad biológica, familiar, cotidiana entre los primeros. 

Es posible que las dos razones más fuertes de del individualismo insolidario que conduce a la indiferencia global de los más ricos y poderosos con respecto a la suerte de los más pobres y débiles se deban por una parte al ateísmo práctico que desconoce a Dios y a los que Dios ama, pero también a la falta concreta de experiencia fraternal. 

Por eso hoy más que nunca estamos llamados a asumir la fraternidad como un valor.

Podemos y debemos construir la cultura de la hermandad. El cultivo de los fundamentos, maneras y gestos de fraternidad que nos aproximen a los extraños y nos unan a los dispersos. Los desafíos de los tiempos modernos no podrán ser resueltos si no actuamos de veras como una gran familia humana, dónde el bien de unos pocos no puede lograrse a expensas del mal de unos muchos. Sin equidad no hay hermandad. Porque el hermano que se desentiende del futuro de sus hermanos los ignora y desconoce.

La hermandad trasciende lo biológico rompiendo los límites de la genética, trasciende los mandatos culturales rompiendo los límites del tribalismo y trasciende los confines geográficos rompiendo las distancias y mirando el planeta como nuestra casa común.

¿Cuál es entonces el ancla de la fraternidad? El tiempo. 

Los hermanos somos coetáneos. 

Esta realidad está siendo desafiada cada día más pero todavía tenemos el ahora y el durante como lazo de fraternidad.

Esas dos conciencias simultáneas el aquí y el ahora común hace que los hermanos enfrentemos los mismos desafíos con las mismas herramientas: las enfermedades, el consumismo, el exitismo, la superficialidad, el inmediatismo, la indiferencia, la tecnocracia, nos afectan a todos más o menos de la misma manera.

A lo largo de la historia política las soluciones se han embarcado hacia el absolutismo de la libertad o el absolutismo de la igualdad, cayendo los primeros en el extremo del individualismo insolidario que fracasa y los segundos en la homogeneización indiferente que también fracasa. 

¿Y si probamos políticas que lleven al máximo la fraternidad? 

Sin libertad no hay creatividad y sin igualdad no hay justicia pero sin fraternidad no hay solidaridad, porque la solidaridad exige don y servicio, es decir sacrificio. 

Las soluciones a los problemas actuales exigen una ética del sacrificio y no podrán ser impuestas, sino que deberán ser asumidas en forma personal y voluntaria.

Ese sacrificio: la autolimitación de los poderosos en bien de los que menos tienen y menos pueden, sólo es realizable por un familiar muy querido. 

La palabra sacrificio es una de las palabras prohibidas por los medios que buscan nuestra distracción y nos reducena consumidores, pero su raiz es muy profunda y allí es dónde nuevamente la revelación ilumina nuestra conducta: amar al prójimo vale más que cualquier sacrificio u holocausto.

Para poder construir esa fraternidad debemos dejar de prejuzgarnos y aproximarnos para conocernos. 

Así lo dice expresamente Nuestro Pastor: las políticas de fraternidad se establecen cuando se prioriza el diálogo como camino, la colaboración como conducta y el conocimiento recíproco como método. 

Eso nos hermana.

Eso nos permite también juzgar las conductas de nuestros líderes: ¿dialogan? ¿colaboran? ¿conocen? Cada uno de nosotros es un pequeño líder, aunque más no sea de su propia anatomía. Sería importante empezar a ejercitar estas tres dimensiones del encuentro con el hermano.

Los grandes caminos se recorren a pequeños pasos.

 

Un abrazo a la majada

Ernesto

 

Foto de Artem Beliaikin en Pexels