En el ámbito de la medicina a partir del último cuarto del siglo XX se fueron incorporando los deseos del paciente como un elemento sustancial en la toma de decisiones.
Este movimiento surgió a punto de partida de la revelación de las atrocidades médicas en experimentos humanos (Tuskegee en Estados Unidos– Unidad 741 de Japón en China – Experimentos Nazis en los campos de exterminio – Eugenesia –Esterilización – Experimentos en prisiones – Experimentos con sustancias radioactivas en población civil, entre otros). Hay toda una historia negra de abuso, explotación y torturas en la experimentación con seres humanos por parte de los médicos, que puso en evidencia la necesidad de que los pacientes fueran informados y participaran libremente de cualquier experimento, porque de lo contrario el deseo de un investigador se impondría sobre la dignidad de la persona.
Este respeto del deseo de la persona a participar libremente de cualquier estudio de experimentación pronto se tradujo en el deber de respetar el deseo de cualquier paciente a recibir o abstenerse de recibir cualquier tratamiento sugerido por el médico y a ser obligatorio el requerimiento del consentimiento también para las prácticas habituales de la medicina.
Así en todas las civilizaciones desarrolladas el paciente debe prestar un libre consentimiento que exprese su deseo de realizar cualquier procedimiento o rehusarse al mismo.
Sin embargo, desde principios del siglo XXI hemos visto cómo el deseo del paciente ha comenzado a ser motivo para la realización de una práctica médica: la ortodoncia, la cirugía estética, la fertilización asistida, la cirugía u hormonoterapia por la elección de género, el aborto y la eutanasia, se fundamentan en el deseo del paciente como fundamento de la práctica médica. A eso podemos llamarlo medicina desiderativa.
Por eso es bueno reflexionar sobre los límites del deseo y sobre todo sobre la imposición del deseo del paciente sobre el médico.
Las orientaciones de nuestros deseos desde el punto de vista personal están relacionadas con nuestra cosmovisión, nuestra jerarquía de valores y el ejercicio de la libertad, esto es nuestra capacidad de elegir el bien.
De tal manera que desde mi perspectiva sólo son deseos legítimos aquellos que persiguen el bien.
Entiendo que haya otros que consideren que el concepto de bien es debatible y por lo tanto el límite a la realización de nuestros deseos sea no hacer el mal, sobre todo no hacer el mal a un tercero. Las sociedades se han organizado teniendo en cuenta estos dos límites: uno de máxima (beneficencia) y otro de mínima (no maleficencia).
De lo que no hay dudas es que la evolución moral de la sociedad puede verse como el esfuerzo en respetar y ser respetados: lo que puede expresarse como “que el deseo de ningún ciudadano pueda imponerse a un conciudadano”. Esto abre las puertas al diálogo como camino de encuentro, a la necesidad de explicación para que el otro adhiera libremente, a la necesidad de comprensión para elegir una alternativa. Cuando renunciamos a la fuerza, a la coacción, a la coerción y al miedo como motores del cambio social generamos una sociedad más justa y más solidaria.
Es un proceso, más largo y más difícil, pero también más fructífero y duradero.
En la medicina esto es muy claro: no puede imponerse el deseo del médico sobre el paciente, pues la voluntad del primero no tiene preeminencia sobre el segundo y requiere del consentimiento del paciente. Tampoco puede imponerse el deseo del paciente sobre el médico, pues tampoco tienen preeminencia la voluntad del segundo sobre el primero, especialmente cuando el médico tiene objeción de conciencia, pues su dignidad no puede ser vulnerada.
De lo contrario estamos frente al dilema que Unamuno planteó en el paraninfo de Salamanca a los Fascistas Cristianos: “Vencereis pero no convenceréis”. El uso de la coacción y la fuerza para imponer un deseo a otro por el miedo es un acto de tortura, física, psíquica o moral y por tanto una lesión a los derechos humanos.
Hay situaciones en las cuales el respeto por los deseos y derechos del paciente debe ser absoluta, sólo la persuasión puede llevar a que alguien cambie de opinión en ese caso. Pero hay situaciones en los que el deseo del paciente entra en conflicto con valores muy arraigados en la conciencia del médico: la discriminación y el asesinato de no nacidos por el deseo de la madre; la hormonización de infantes y adolescentes por la ideología de los padres; la cirugía de adolescentes sin capacidad legal para decidir sobre un daño irreversible; el homicidio de pacientes terminales. Son todas situaciones médicas en las que muchos médicos tenemos una clara oposición científica y moral.
Algunos proyectos de ley en nuestro país, iniciativas para modificar la normativa de la Asociación Médica Mundial y reglamentaciones del Ministerio de Salud apuntan a restringir el derecho humano de objeción de conciencia por parte del médico.
Eso haría que por primera vez en una sociedad democrática se permita que el deseo de un conciudadano se imponga a otro. Eso transformaría al médico de un servidor autónomo en un esclavo al servicio de la voluntad de otro. Eso impondría la obediencia debida a una ley injusta.
Transformar el deseo en un derecho, en ciertas condiciones es muy razonable. Transformar el deseo en un deber que el otro debe satisfacer en todas las circunstancias es irracional.
Cuidemos lo que deseamos, porque como decía Berdiaev: “el problema de las utopías es que son posibles”.
Saludos a la majada
Ernesto
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