Tres escenas Evangélicas para el asombro. 

 

Continuamos esta semana con la reflexión de la segunda escena Evangélicas del Evangelio de San Marcos.

 

2. Jesús ante la enfermedad y la muerte: 

No temas; solamente ten Fe.

 

Mc 5.

21 Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. 

22 Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, 

23 y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.» 

24 Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. 

25 Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, 

26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, 

27 habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 

28 Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» 

29 Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. 

30 Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» 

31 Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”» 

32 Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. 

33 Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. 

34 El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.» 

35 Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» 

36 Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe.» 

37 Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 

38 Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. 

39 Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» 

40 Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. 

41 Y tomando la mano de la niña, le dice: «= Talitá kum =», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.» 

42 La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. 

43 Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. 



La escena podría ser la de cualquier paciente desahuciado de hoy en día. 

Ha perdido la salud por una enfermedad que la ha consumido durante 12 años y ha gastado todos sus bienes. 

Tiene una última esperanza. 

Un último recurso. 

Jesús

Sólo un leproso sería más marginal. 

Es mujer en un mundo de hombres. 

Es impura porque está sangrado en un mundo de puros. 

Es pobre en un mundo de ricos. 

Es enferma en un mundo de sanos. 

Se acerca subrepticiamente, por atrás, en medio de la multitud que lo apretuja. “Con solo tocar su manto”…

¿Cuántas veces nos hemos sentido como esa mujer?

Todos tenemos enfermedades que nos acompañan desde hace largo tiempo. Todos en algún momento sentimos que la única respuesta que nos queda es Dios. 

Es una Fe desesperada, pero a veces la desesperación nos lleva a hacer lo correcto.

Esta mujer no se siente digna de pedirle que la cure. ¿Quién es ella para que importune a Cristo? Está caminando a la casa del jefe de la Sinagoga y ella ve la oportunidad. 

En ese manotazo está puesto todo su destino. 

¿Qué puede salir mal?

Y se cura, pero queda al descubierto.

Él se ha dado cuenta. Ojalá hubiera seguido dormido. Pero aquí no sólo está alerta sino que siente que alguien le ha tocado el manto.

Se detiene y pregunta.

¿Nunca has sentido la pregunta de Dios?

¿No te ha pasado nunca que el tiempo se detiene, y hasta el aire se paraliza y sientes la mirada de Dios que recorre la multitud buscando tus ojos?

Y la mujer curada se hace presente atemorizada y temblorosa. 

¿Qué pasará ahora? Ella una intocable ha tocado al Señor. 

Y allí el accidente se transforma en encuentro. 

La desesperación encuentra al amor incondicional de Dios. 

La mujer curada no sólo dejó de padecer la enfermedad sino también el desprecio, la marginación y la indiferencia.

Dios no nos ama porque lo merezcamos. Dios no nos ama porque seamos buenos o perfectos. Dios nos ama a pesar de que no lo merecemos, a pesar de nuestras faltas, a pesar de lo que somos.

Su amor nos hace descubrir el amor.

Por otra parte… 

¿Qué pensará Jairo ante esta detención inesperada? 

Jesús ha escuchado también la desesperación del padre cuya hija agoniza. Se ha puesto en camino y en el camino se ha detenido y allí llega la mala noticia: tu hija ha muerto.

¿Qué sentirá Jairo ahora? También en Betania se demorará para llegar hasta Lázaro. 

Allí interviene Jesús: “No temas; solamente ten Fe”

No hay dolor más grande que la muerte de un hijo. 

No hay desafío más grande para la Fe. 

En la barca el temor era a nuestra muerte, pero en el momento en que uno es padre hay dos cosas que cambian radicalmente: aparece un temor más grande que nuestra propia muerte y es la muerte de un hijo. 

También aparece por primera vez un sentimiento de “vida justa”: morir un segundo antes que un hijo. 

Si la vida me concede la gracia de no enterrar ningún hijo todas las demás injusticias son olvidadas.

“No temas; solamente ten Fe”

Llega a la casa y en la intimidad de su habitación, con sus padres y dsicípulos como testigos, la llama a la vida. “Talitá Kum”, similar al “Hágase la luz” del Genesis, Jesús se manifiesta como Señor de la vida. “Muchacha yo te lo ordeno levántate”

¿Se imaginan la situación? 

La hija vuelve a la vida.

¿Y Él que hace?

Ordena que le den de comer.

A mi me parece que la maravilla de este relato esta en ese detalle. 

La vida se construye de enormes e inesperados dolores, de enormes e inesperadas alegrías pero se trama en lo cotidiano de cada día. 

El Dios de la vida no lo es solamente en el milagro de llamarnos a la vida, en devolvernos la salud, sino también en el gesto minúsculo del pan cotidiano, de la comida mínima.

Esta capacidad de la magnificencia que no olvida lo minúsculo. 

Yo creo firmemente en la ética minimalista, que descubre el amor de Dios en la nimiedad cotidiana.

Denle de comer. Así cómo en la multiplicación de los panes. Denles ustedes de comer. Traer a alguien a la vida cristiana es también ocuparnos de darle de comer. Fé y comida. Milagro y nimiedad. Extraordinario y cotidiano. 

Toda la vida se entrama en la vida con Jesús.

Él es nuestro Dios y nuestro pan. 

Nuestro Señor y nuestra comida.

“No temas; solamente ten Fe”

 

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