Esa vocación a la proximidad es liberadora de todo prejuicio y mandato a la tribalización o el individualismo.
No son las tribus, los clubes, los partidos, las nacionalidades, las modas, el poder o el dinero, lo que nos libera. Al contrario, cada vez que nos ponemos una insignia para ser diferentes; cada vez que debemos presentar un carnet para entrar a un club exclusivo y excluyente; cada vez que nos sentimos menos iguales que los demás, estamos construyendo los muros de nuestra propia prisión.
Se necesita una enorme libertad para descubrir
la bondad del Samaritano,
la Fe del Romano,
la Sabiduría de Gamaliel,
la honestidad de la Samaritana,
la generosidad de Saqueo,
la entereza de Pedro,
la confesión de Tomás,
la conversión de Saulo
y hasta el beso de Judas.
Nada lo limitó en el encuentro con el otro.
A nadie que lo buscó con corazón sincero Él rechazó.
¿Por qué entonces nos limitamos, excluimos o rechazamos nosotros?
Un abrazo a la majada
Ernesto
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