Hay tres mensajes de las Cartas Apostólicas que rondan frecuentemente en mis pensamientos, porque para mí representan unas gotas del destilado del mensaje que recibieron de primera mano de Jesús. 

La primera es de San Pedro: “Debemos dar razón de nuestra esperanza”; la segunda es de San Juan: “Miente quien dice que ama a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve” y la tercera es del Apóstol Santiago: “La Fe sin obras es Fe muerta”

Esas palabras me movilizan porque son las virtudes teologales encarnadas en la proximidad: ¿A quien debemos explicar lo que esperamos? ¿Cómo manifestamos nuestro amor a Dios? ¿De qué manera evidenciamos la Fe? 

Las respuestas que demos a esas tres preguntas son la esencia de la construcción de la proximidad.

El descubrimiento del prójimo por medio de cuatro grandes polos de construcción, es como la red de los trapecistas asentada en cuatro pilares: la revelación, la vocación, la liberación y el servicio.  

En esta primera parte daré algunos pincelazos a brocha gruesa al primero de estos cuatro puntos:

 

1. La proximidad desde la revelación

El relato sacerdotal de la creación muestra al hombre y la mujer como próximos creados simultáneamente, iguales en dignidad e integrados en sus diferencias. Es decir la criatura fue creada como un ser llamado a vivir en comunidad, con Dios y entre los hombres.

Todo el Antiguo Testamento es un relato que muestra como va preparándose un pueblo para la venida del Cristo. 

La proximidad de Dios se hace patente en su encarnación. Él se anonada para redimir la criatura y afiliarla a su condición divina.

Desde ese momento Dios habita en cada corazón humano y cada hombre está llamado a ser hijo. No hay dignidad mayor que la de ser hijos de Dios.

Por eso cada uno de los Sacramentos es signo de la proximidad de Dios. Nos afilia en el Bautismo y nos da su Gracia, nos perdona nuestras debilidades en la Reconciliación, nos fortalece en la Confirmación, nos alimenta en la Comunión, nos permite desarrollarnos como personas que asumen el plan creador de Dios en el Matrimonio o servir a la comunidad en el plan redentor de Dios en el Orden Sagrado y nos alivia en la enfermedad y ante la muerte con la Santa Unción.

Pero la revelación de la proximidad de Dios más extraordinaria es que es un Padre amoroso que está siempre a nuestro lado.

Siempre nos cuida, siempre nos espera, desde el primer instante y hasta el último suspiro. 

Esa es la revelación más luminosa que nos hizo el Hijo. 

El amor de Dios que todo lo puede, que todo lo provee, que todo lo sostiene no hace acepción de personas, va a buscar la oveja perdida, siembra aún en terrenos infértiles y sube todas las tardes a mirar el camino para ver si, conscientes de nuestras necesidades y carencias, decidimos volver a su encuentro.

 

Un abrazo a la majada

Ernesto